Fragmento correspondiente al capítulo primero de la novela Raazbal, de Óscar Bribián:
"Graus sumaba la cuarta ocasión que prestaba servicio a un conde de las tierras fronterizas, y no era el primer desfile que efectuaba en las calles de una ciudad. Ya había disfrutado de esta experiencia anteriormente en los días posteriores al asedio del castillo de Verneck, junto a Beld y casi los mismos compañeros de tropa. Por aquel entonces el complacido conde que los contrató se cuidó de repartir tres reales de bronce para cada hombre de a pie, y cinco para los jinetes. En el presente, Lockmayor les había prometido el doble de esta cantidad.
Cuando el conde terminó su discurso, todos alargaron el pescuezo para ver si por delante ya habían empezado a pagar las soldadas, pero no se veía nada excepto la cadena de guardias, apostados como una muralla alrededor del gran señor.
Se produjo un súbito nerviosismo, y de entre las primeras filas brotó una potente voz que recorrió la hilera de mercenarios:
—¡No hay soldadas! ¡Ese canalla no quiere repartir las soldadas!
En ese mismo instante la cadena de guardias montados arremetió contra la vanguardia de la tropa, estallando un salvaje griterío. La calle se sumió en un completo caos. La gente que antes vitoreaba y contemplaba el desfile corrió hacia sus casas para refugiarse de la cólera de los mercenarios extranjeros. La formación se dividió inmediatamente en decenas de grupos precipitándose por calles y callejas desiertas, entre las puertas cerradas de los hogares, los furiosos ladridos de los perros y los insultos que llegaban desde las ventanas acompañados por lluvias de piedras."
"Graus sumaba la cuarta ocasión que prestaba servicio a un conde de las tierras fronterizas, y no era el primer desfile que efectuaba en las calles de una ciudad. Ya había disfrutado de esta experiencia anteriormente en los días posteriores al asedio del castillo de Verneck, junto a Beld y casi los mismos compañeros de tropa. Por aquel entonces el complacido conde que los contrató se cuidó de repartir tres reales de bronce para cada hombre de a pie, y cinco para los jinetes. En el presente, Lockmayor les había prometido el doble de esta cantidad.
Cuando el conde terminó su discurso, todos alargaron el pescuezo para ver si por delante ya habían empezado a pagar las soldadas, pero no se veía nada excepto la cadena de guardias, apostados como una muralla alrededor del gran señor.
Se produjo un súbito nerviosismo, y de entre las primeras filas brotó una potente voz que recorrió la hilera de mercenarios:
—¡No hay soldadas! ¡Ese canalla no quiere repartir las soldadas!
En ese mismo instante la cadena de guardias montados arremetió contra la vanguardia de la tropa, estallando un salvaje griterío. La calle se sumió en un completo caos. La gente que antes vitoreaba y contemplaba el desfile corrió hacia sus casas para refugiarse de la cólera de los mercenarios extranjeros. La formación se dividió inmediatamente en decenas de grupos precipitándose por calles y callejas desiertas, entre las puertas cerradas de los hogares, los furiosos ladridos de los perros y los insultos que llegaban desde las ventanas acompañados por lluvias de piedras."
No hay comentarios:
Publicar un comentario